domingo, 26 de agosto de 2007

El odio de Dios

"Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación,
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!"

(César Vallejo: Los dados eternos)

Indagando en el copioso alud de noticias y reportajes sobre el catastrófico sismo que azotó el sur chico del Perú, me encuentro con este valioso testimonio del periodista Beto Ortiz (diario Perú 21) que -desde una óptica emotiva y bajo el sugerente título: "El odio de Dios"- nos cuenta sus experiencias extraídas desde el mismo centro de la tragedia. Veamóslo:

Colapsó. La famosa imperturbabilidad, el supuesto estoicismo, los nervios de acero que los periodistas nos pavoneamos siempre de tener, la blindada resistencia ante el horror ajeno -con este sismo- colapsaron también. No he visto, en 20 años de coberturas, ni la cuarta parte de lo que debe haber visto, qué se yo, Kapuscisnki, Pérez Reverte, Zileri, Thorndike, Guerrero sin ir más lejos. He visto sí -por haber alcanzado a reportear en los aciagos días del terrorismo- bastantes más muertos que un cirujano promedio y entiendo a la perfección los sollozos con los que, al teléfono, suplicaba un cachorro fotógrafo a sus editores -desde Pisco- que tuvieran piedad de él y lo sacaran de esa maldita pesadilla.

Así como los limeños menores de 30 no tenían -hasta la semana pasada- la más pálida idea de qué diablos eran los terremotos, los aguerridos periodistas de esa misma generación tampoco tenían forma de saber, en sangre propia, qué se siente pararse en una plaza de armas a sacarle fotos a formaciones enteras de cadáveres hinchados mientras, de repente, alguien reconoce una medallita o un vestido floreado en medio de la horrenda putridez y entonces aúlla y gime y se echa a correr absurdamente como un pobre perro al que un camión acabara de pasarle por encima. ¿Qué es lo que los manuales de periodismo aconsejan en esos casos? ¿Qué hay que hacer con el micrófono inalámbrico?, ¿es mejor una toma fija en plano medio o un paneo no muy lento?, ¿transmitir en vivo o diferido?, ¿qué tipo de lente nos conviene usar? ¿Cuál ha de ser la primera pregunta -éticamente correcta- que hay que formularle a una joven mujer cuyo hijo de dos años acaba de morir con la cabeza destrozada por un trozo de pared que le cayó encima desde un cuarto piso? Díganme ustedes. Ilústrenme. Transmitan ustedes el drama humano sin solazarse en la desgracia. Exhiban mesura, ponderación, buen gusto, misericordia. Tres, dos, uno, grabando. A ver, pues, ensayen alguna pregunta respetuosa.

El niño existió y se llamó Adriano Núñez Sánchez (2). Su madre, Victoria Elizabeth (28), maestra de escuela, Elisa para los amigos, sus padres ancianos sobreviven con ella en la misma choza indigna enclavada en mitad de la polvareda, tiene otro niño de siete que vio a su hermanito morir delante de él pero eso a ustedes -que no tienen cómo saber ni qué cara tenía- les dice muy poco o, de repente, nada. A Elisa la entrevisté el domingo pasado en San Clemente, esa misérrima comunidad a la entrada de Pisco donde el nivel de vida puede perfectamente competir con el del África subsahariana . No fui en busca de su testimonio pues no tenía noticia alguna de su caso, fue ella la que, al ver que llegábamos con una cámara de TV, corrió -como muchos- a nuestro encuentro, desesperada, como si estuviera convencida de que algo podríamos hacer para atenuar el infierno que crepitaba en su interior. Como si supiera que, tarde o temprano, lo habríamos de escribir y como si aquel fuera el único modo de dejar constancia de que su bebito existió, la última esperanza de que esa vida no quedara en el olvido. Parece que cuando ya lo has perdido absolutamente todo, lo único que te queda (y que nadie te puede quitar) es tu derecho de contarlo. Pero para un reportero es imposible administrar tamaño superávit de relatos. Cada nuevo damnificado tiene siempre algo aún más terrible qué declarar que el anterior. Es como si todos se hubieran sentado sobre los escombros de sus casas a esperar, día tras día, que llegue cualquier N.N. con tripas y corazón suficientes para escucharlos: venga a filmar cómo ha quedado mi casa, señor, trepe ese muro y tómele foto a los cerros de donaciones que nadie reparte, diga en su canal que a los niños que se salvaron, nos los está matando el frío, señor, así diga. Es como si los sobrevivientes del cataclismo deambularan doblados por el peso de ese relato ominoso que aún no han tenido chance de contar.

No tuve necesidad de preguntarle nada. Elisa había comenzado a desmenuzar su dolor desde mucho antes de que la cámara la enfocara siquiera. En virtud de algún extraño tipo de deformación profesional o de mecanismo de defensa que mi organismo debe haber desarrollado, siempre tiendo a pensar automáticamente en otra cosa cuando me tocan este tipo de historias. Mientras escucho los extenuantes detalles de cómo expiró el finado en cuestión trato de acordarme, por ejemplo, de qué cosas urgentes tengo que hacer mañana a primera hora: pagar la renta, llevar la ropa a la lavandería, acompañar a mi viejo a su cita con el neurólogo. Debo creer que -si me zambullo en cada tragedia- corro severo riesgo de volverme loco. Si ya hay un aparato encendido que lo está grabando todo, no veo la necesidad de grabármelo yo también. Pero las inconsolables lágrimas de Elisa pudieron más que todas mis mañas de coleguita periodiquero: me obligaron a escucharla completamente, a impregnarme de su infortunio hasta los huesos: «¿Qué hago yo aquí sentada llorando y llorando a mi hijo si sé que ya nadie me lo va a devolver?,¿ si nadie me va a ayudar?,¿ si sé que estoy sola en el mundo y así sola como estoy, me voy a tener que levantar porque si yo me derrumbo del todo, qué va a ser de mis padres, de mi otro hijo?¿Acaso no se van a derrumbar también?». Me pasó con ella algo que no me pasaba hacía ya bastante tiempo con un entrevistado. Me pasó lo mismo que a Mabel Huertas de Día D frente a aquel recién nacido crucificado en un hospital de Ica por las atroces poleas de tracción con las que los médicos intentaban salvar sus piernecitas partidas en sabe Dios cuántos pedazos por el peso del adobe. Lo mismo que a un camarógrafo amigo que terminó por quebrarse como un niño al comprobar que, la silla de ruedas desechada por un pariente suyo, era heredada ahora por Anita, una pequeña de cinco o seis años que -con síndrome de Down, con las piernas lisiadas, sin zapatos- daba de roncos gruñidos como un animalito enfurecido.

Aun a sabiendas de que semejante arranque no nos hacía buenos ni malos ni regulares ni le servía tampoco a nadie para componer nada, terminamos la grabación dejando en las manos de Elisa una chanchita, el contenido íntegro de nuestras más bien esbeltas billeteras: doscientos soles, la misma cantidad (prestada) que le había costado enterrar a su bebé en un rústico cajoncito de madera. ¿Cristiano complejo de culpa, vocación frustrada, súbita caridad? Pónganle ustedes el nombre que quieran. Cuatro días después regresé a San Clemente y la busqué en la misma covachita al borde de la autopista. Tras corta espera, ella asomó entre las exhaustas esteras, toda soñolienta, aún cubierta por una gruesa capa de polvo ceniciento. Evadiendo el sarcasmo de algún faltoso miembro de mi team que susurraba impertinencias, («¡Tranquilo, Ferrando!»), puse en sus manos la enorme carpa Mountain Gear que, en improvisada subasta, algún televidente le canjeó el miércoles a Gianmarco por su último disco autografiado. Al recibirla, Elisa sonrió de modo casi imperceptible y, por un segundo, pareció transfigurarse. Ya sin la mueca del espanto dibujada en los labios, la encontré distinta: más serena, más fuerte aún e incluso un poco bonita. «Nada te obliga a adoptar a todos tus entrevistados» me dijo, alguna vez, cachosamente, el director del diario en el que pagaba piso como practicante. Se burlaba, claro, de mi clásico idealismo adolescente de reporterito amateur que siente que su carrera ha fracasado si no logra conseguirle muletas a todos los poliemielíticos del mundo, válvula de Pudens a todos los hidrocefálicos, donante de médula a todos los leucémicos.

Después, claro, a fuego lento, te vas cociendo, vas macerando, te vas curtiendo y -con un poco de experiencia y otro poco de suerte, supongo- te vas acostumbrando, vas creciendo, vas madurando y madurando hasta que un día maduras tanto que ya absolutamente todo termina por llegarte al huevo. Pero no hay que olvidarse nunca lo que la vieja canción de Los Prisioneros nos enseñó: un poquito de amor puede cambiar al mundo, muchachos. Aunque de repente no, de repente exageran porque al mundo, seamos realistas, no lo cambia nadie. Ni siquiera ese Dios que -en opinión de Vallejo- nunca supo ser Dios porque nunca fue hombre y estuvo siempre bien, ese que parece que, en el fondo, nos odiara porque nos manda, ya ustedes saben, las zanjas oscuras, los bárbaros atilas y la resaca de todo lo sufrido que se empoza en el alma, yo no sé. Por alguna misteriosa razón, mientras, a merced de la paraca que esparce el polvo de los muertos por doquier, recorría las ruinas de lo que en vida fue el antiguo puerto de Pisco con una máscara de doctor y una conjuntivitis galopante, me acordaba muy poco del genio pisqueño Valdelomar y su infancia dulce, serena, triste y sola y sí mucho, en cambio, del apocalíptico Vallejo. Probablemente porque tras haber homenajeado mis raíces catecúmenas voluntariando apenas un poquito en estos días, tratando, con las justas, de cerciorarme de que la ayuda de unos pocos llegue a los muchísimos a los que tiene que llegar, me he convencido del todo de que, en esta porción malherida del mapa, la catástrofe no data del 15 de agosto, para nada. No nos engañemos. La verdadera desgracia es anterior al terremoto y a sus 7.9 en la escala de no sé qué. No hablo de todo Ica, ni siquiera de todo Pisco. Hablo, con las justas, del hambriento San Clemente. El viernes que acaba de pasar, en las cuatro o cinco horas que duró el reparto de las generosas donaciones de mis amigos del programa, debe haber desfilado frente a mis ojos toda la miseria inconmensurable del Perú. Más pobreza, peor pobreza de la que he visto nunca en todo el resto de mi vida de periodista peruano. Miseria 7.9. Este terremoto ha sido, en realidad, la brutal erupción de un volcán de miseria que, en este país, se rebalsa por los cuatro costados. Y ha sido viéndola, lo confieso hidalgamente, que he llorado. No sé si de impotencia o de vergüenza o de una mezcla de las dos. Constatándola me he hecho a mí mismo un sencillo pero significativo juramento. Me he jurado no volver a tolerar delante de mis cámaras, el sufrimiento. Me he jurado usarlas, por todo el tiempo que me reste, para levantar a gente del suelo y nunca más para derribarla. Para mejorar un poquito este país y no para terminar de hundirlo. Tal mi humilde plegaria de reportero. Siéntase libres de persignarse conmigo los que estén de acuerdo. El viernes que acaba de pasar he visto mujeres con el lomo arqueado acarreando ollas comunes con un brazo y con el otro, cargando niños que, probablemente, ya habrán caído víctimas de la bronconeumonía cuando ustedes lean esto. He visto viejecitos parados sobre sus huesos rotos, haciendo colas de cuadras y cuadras, de horas y horas con tal de recibir una pinche botella de agua, una conserva de pescado, una colcha usada, un puñadito de menestra. He visto niños que, aún aterrorizados por el paso del monstruo desconocido, estallan en llanto apenas intentas preguntarles algo, lloran en ese llanto ronco y sin lágrimas tan característico de los hambrientos, de los desnutridos, de los deshidratados que ya no tienen ni con qué llorar: niños plomizos y famélicos que estiran sus manos para recibir un chancay, lo devoran en segundos, lo desaparecen, se lamen las últimas migajas de las manos y vuelven a estirarlas con una desesperación que no tiene perdón de Dios. No hay que olvidarlos de nuevo. No hay que olvidarse nunca de lo que te enseñaron de chico en el colegio: aunque hables el idioma de los ángeles, si no tienes amor, tus palabras resonarán como címbalos. Aunque tengas el don de la profecía y entiendas todos los misterios y poseas toda la riqueza y todo el conocimiento. Aunque tengas toda la fe y muevas todas las montañas. Si no tienes amor, no eres ni mierda. (Es palabra de Dios. Te alabamos, señor).

10 comentarios:

enigmas PRESS / Gandica dijo...

Me acuerdo una vez después de un huracán en Guatemala un periodista entrevistaba a un campesino y éste contaba que había pérdido todo, casa, animales, a su esposa y cinco hijos.

Y finalizó con un...
gracias a Dios que yo estoy vivo

Alberto Ginel Saúl dijo...

Desgarrador testimonio, claro y directo. Directo al corazón y a la cabeza, he de comentarte compungido que aquí, en España la Liga de Fútbol, la estúpida y banal liga futbolistica ya ha eclipsado las noticias y los testimonios de la desolación peruana. En cambio, no hay un solo día que yo, y otros muchos españoles, dejemos de pensar en su tragedia, porque sentimos al pueblo latino americano, y el peruano en concreto en estos días de duelo, como una nación hermana.
Que las noticias se apaguen, no significa que nuestro pensamiento y dolor se disipe, además siempre habrá tu blog, que nos acerque la realidad que otros nos tapan, por inconveniencia o por la no rentabilidad de la información.
Mucho ánimo desde España, querido amigo, sabes que siento desde la lejanía, como propio el dolor de tu país.
Saludos cordiales

RGAlmazán dijo...

Amigo Humberto, un relato estremecedor, lleno de emoción y con una intensidad que atrapa. A los que hemos tenido la suerte de leerte nos has puesto en el corazón del terremoto. No puedo por menos que agradecerte que nos recuerdes la cruda realidad, eclipsada en esta otra tierra por la monotonía agosteña.
Siento una impotencia ante estos desastres naturales que me hacen sentir lo que Vallejo dijo.
Gracias por tu testimonio, tan directo, tan real que lo he sentido en mis propias carnes.
Suerte, mucha suerte y voy a recomendar este artículo y tu bitácora para que la gente que me lee pueda ver en directo lo que ha ocurrido allí. Es de lo poco que puedo hacer.

Mi máxima solidaridad y mi recuerdo y cariño para tu pueblo, para ese pueblo que ha pasado de la miseria a la nada.

Salud y República

Sebastián Liera dijo...

Humberto, muchas gracias por el enlace y por todo lo que nos compartes. He estado aquí desde hace un par de horas leyéndote y aunque pareciera poco tiempo te tengo una propuesta: participar en La otra chilanga como colabor@ctor.
Actualmente, en La otra chilanga participan dos compañeros de izquierdas españoles, uno militante y otro académico de la Complutense; un dramaturgo y poeta, también de izquierdas, y una dama, o al menos eso parece, cuyo nombre blogueril inspira respeto y que, claro, también es de izquierdas.
En el blog podrás encontrar una breve descripción de quienes somos en tanto responsables del blog; si te animas a ser algo así como un corresponsal desde aquestas tierras vallejeanas, para nosotros sería un honor tenerte entre nuestras filas virtuales.
Ahora bien, si crees que ello significaría un esfuerzo extra y eso te haría pensar en que siempre no, no te preocupes; en La otra chilanga puedes publicar si lo deseas apuntes que subas a El Lado Oscuro de la Tierra, de modo que no tengas que hacer un trabajo doble.
Esperamos, pues tu respuesta, y tan pronto la tengamos te enviaremos una invitación virtual para que al aceptarla estés dentro.
Saludos solidarios, abajo y a la izquierda, desde México.

AF dijo...

Me cago en mi puta vida, por no cagarme en un Dios que tanto me da si existe o si no; si mira o si está ciego.

No se me ocurre nada mejor que hacer más que lo que ya he hecho: dar dinero y procurar ser un poco mejor.

Humberto Contreras Soria dijo...

Quiero agradecer muy de veras a estos amigos que me han dejado sus valiosos comentarios.

Al amigo de enigmas express: yo en el caso del campesino que lo perdió todo hubiera dicho: "Y porqué yo no me fui con ellos?" Pueda ser que la vida se precie tanto, pero una vida sin los seres a quienes uno ama, sinceramente, no es vida. Es andar "muerto en vida". Quizá lo único bueno haya sido quedar vivo para enterrar a los suyos y por eso tal vez agradecía a Dios. En este caso se justificaría la exclamación.

Amigo Alberto: gracias por tus palabras. En efecto, el hecho de que las noticias se apaguen no significa de que el dolor se disipe. Todo lo contrario. Pero acá estaremos, siempre poniendo el dedo en la llaga. Y reclamando por los más necesitados.

Amigo RGAlmazán: el testimonio desgarrador y que llega directo al corazón y a la cabeza -como dice nuestro amigo Alberto Ginel- es del periodista Beto Ortiz. Te agradezco mucho el post que insertaste en tu blog hoy día, pero creo que el mérito no me corresponde. Asimismo, al igual que tú siento impotencia de no poder hacer nada frente a los castigos de la naturaleza que casi siempre la reciben en su trágica dimensión los más pobres. Y ciertamente, en momentos como éstos la presencia de Vallejo no puede pasar por desapercibida.

Amigos de Otra Chilanga: no puedo negarme a esta invitación. Conozco muy de cerca la orientación política de vuestro portal y me aúno al esfuerzo porque las ideas trasciendan las fronteras territoriales. Es un honor para mi ser invitado por ustedes y estaré a su disposición cuando lo estimen conveniente.

Amigo af: De verdad que también pienso lo mismo de un Dios impasible frente al dolor ajeno. Y los versos de Vallejo en los "Dados Eternos" lo retratan como lo que en verdad es. Así de simple.

Javier Guzmán Romero dijo...

empiezo la carrera de periodismo dentro de un mes y me alegro muchísimo de haberme topado con esta entrada antes de hacerlo. No voy a olvidar lo que acabo de leer.

Te enlazo en mi blog ;)

RGAlmazán dijo...

Amigo Humberto, te he mencionado en mi blog como elegido para el Blog Day que es el 31. Ese día haré una reseña de tu blog y las razones de la eleccion.

Salud y República

CSA dijo...

Menos mal que hay gente como tú que recuerda lo que se esconde tras este desastre.

Como bien dice mi compañero alberto, aquí la gente se ha olvidado de la desolación que vive Perú y siguen viviendo en su conformismo, fruto del mundo en que vivimos.

Un mundo que como tú decías respecto a los EEUU, no es solidario. Todavía me acuerdo del desastre del Katrina, en el cual todos los países se volcaron con EEUU(incluso los enemigos de EEUU).Lo más triste es que EEUU no responda ahora...

No sabía donde poner lo que voy a escribir ahora y preferiría escribirlo en otra entrada, ya que no es lugar donde ponerlo. Quiero darte las gracias por estar entre los elegidos. Es un honor que me elijas para ese concurso.

PD: Gracias por apyarme respecto a lo del pensamiento bersteniano. Aunque pertenezco a la misma organización que Alberto, no tenemos las mismas tendencias.

Un fuerte abrazo desde lo que espero que en el futuro sea la República Española.

¡SALUD!

Leida dijo...

Hola mi querido Humberto, que bueno saber de tí, lamento muchisimo, que tu hermoso país haya pasado por tan fuerte tragedia..un abrazo desde aca, sabes que en estos momentos es cuando america latina se une y se deja sentir, me gusto lo de integrar y mantener varios blog como cadenas o sugerir los mismos para el resto de la población de blogger, cuenta conmigo en eso y tan pronto organicen como lo haran me cuentas, estaras como parte de mis enlaces, gracias por recomendar mi blog...muy gentil de tu parte...lo mismo digo de tus artículos, excelentes...