lunes, 5 de abril de 2010

La corrupción de cada día


Aunque muchas personas piensen que el problema de la corrupción es consustancial a la existencia del hombre, creemos que la corrupción, tal como se manifiesta hoy en día, es la expresión concreta del resquebrajamiento ético y moral de los individuos condenados por un sistema social decadente (capitalismo neoliberal), sin ningún horizonte altruista y mucho menos humanista.

En efecto, solo un sistema social que alienta a los individuos a conseguir logros materiales (“tanto tienes, tanto vales”) puede tolerar y hasta auspiciar el comportamiento del “todo vale” en el camino de la obtención de ganancias. Y en este proceso de ganar dinero, a como de lugar, se van tejiendo vastas "redes" de negociados en los que son piezas claves personas investidas de autoridad (o colocadas en cargos públicos), las que se valen de su poder e influencias para favorecer intereses deshonestos y ganancias ilícitas.

El flagelo de la corrupción se ampara en silencios “ruidosos”, en manipulaciones "reservadas" que procuran no dejar rastro. Una vez que alguien ha cedido a las insinuaciones de la corrupción, adquiere lo que vulgarmente se llama “rabo de paja” y se ve en la necesidad de callar y aceptar, mal que le pese, un status de complicidad.

La corrupción se da, ante todo, en las personas, pero se institucionaliza en una estructura social cuando se generaliza creando, progresivamente, relaciones de interdependencias de las que es difícil prescindir, incluso para aquellas personas que no son corruptas y detestan la corrupción. Es cierto que en todo acto de corrupción hay alguien que corrompe y otro que se deja corromper, sin embargo, influye también el ambiente social corrompido (lo que se denomina como “cultura de la corrupción”) que no estigmatiza ni castiga la corrupción y que, incluso la acepta, cuando no la premia.

Muchos se preguntaran, bueno pues, ¿qué es la corrupción? La respuesta más cercana a una comprensión básica -sin pretensiones sociológicas- la da el diccionario de la Real Academia Española (RAE) que nos dice que corromper significa: “alterar y trastrocar la forma de alguna cosa”. “Echar a perder, depravar, dañar, podrir, sobornar o cohechar al juez o a cualquier persona, con dádivas o de otra manera”. “Estragar, viciar, pervertir”. “Pervertir o seducir a una mujer”. “Oler mal”.

Asimismo, para el termino Corrupto: “dañado, perverso, torcido”. Corruptela: “mala costumbre o abuso, especialmente los introducidos contra la ley". Corruptor: “que corrompe". Como se ve, el horizonte de las acepciones castellanas del término corromper es muy amplio. Y en todas ellas se acentúa una situación moralmente vituperable, negativa e indeseable. Podríamos subrayar que lo corrompido es lo mismo que podrido o putrefacto. Y nuestra sociedad va en camino de serlo si es que no atacamos, oportunamente, esta “degradación de las buenas costumbres” que destruye la integridad moral y ética del hombre.

En los ambientes en que la corrupción política y social es harto visible, se aducen excusas ramplonas con el fin de minimizarla como: “la ‘comisión’ es parte de las licitaciones”, “todos están dentro, nadie esta afuera”, “si no pago el ‘diezmo’ me quedo sin obra”, "la coima ha existido y existirá por siempre", “negocios son negocios”, “todos lo hacen” y un largo etcétera. ¿Por qué no nos escandalizamos? Pues, porque directa o indirectamente estamos siendo parte de todo este proceso vicioso que nos obliga a pensar que los delitos de tráfico de influencias, tráfico de información confidencial, malversación de fondos, prevaricación, cohechos, fraudes, extorsiones, chantajes, sobornos, etc., etc., no son tan execrables como los delitos de terrorismo o narcotráfico. Craso error. Los ejemplos que nos ofrecen algunas sociedades (por ejemplo México y Colombia) donde el crimen organizado del narcotráfico (“carteles”) ha invadido no solo el tejido social sino hasta las mismas estructuras estatales, nos evidencia las aciagas consecuencias de haber sido permisibles con la corrupción.

Pero, ¿se puede hacer algo? Por supuesto que sí. Creemos que el problema de la corrupción – en todas sus formas- debe afrontarse desde las diversas instancias del Estado como de la sociedad civil. Debe partir reconociendo el hecho de que su propagación radica en factores personales y sociales, derivados de la falta de formación ética y moral y de muy bajos ingresos monetarios. Y, por cierto, no es sólo un problema circunscrito a la realidad de nuestro país subdesarrollado, sino que tiende a ser cada vez mas "globalizado". Por ello, una acción concertada entre los distintos países que sufren las consecuencias de esta lacra social, debiera estar como primer punto en la agenda internacional.

Quizá las acciones más inmediatas serían la búsqueda de un nuevo enfoque de la educación que tienda a perfilar una formación moral sólida, fundada en principios firmes que reivindiquen el rescate de valores ciudadanos para una mutua y sana convivencia. Así mismo, elegir autoridades y funcionarios públicos que prediquen con el ejemplo exhibiendo una conducta sobria en el ejercicio del poder y una actitud transparente en el manejo de los recursos públicos del que disponen.

Sin embargo, poco se avanzaría en la lucha contra la corrupción si es que no se sanciona drásticamente al corrupto, es decir, tanto al que corrompe como al corrompido. Recuérdese que pocas cosas pueden ser más desalentadoras y denigrantes que los corruptos gocen de una completa impunidad. Algo tiene que hacerse, pero ¡ya!, antes de que la corrupción nos alcance a todos.