martes, 14 de julio de 2009

EL ROL DE LA NUEVA INTELECTUALIDAD

Por Felipe Pardo & Aliaga (seudónimo)

LLAMADO URGENTE A LOS INTELECTUALES: RECUPERAR LA DEMOCRACIA Y SUS VALORES ES EL OBJETIVO

El intelectual históricamente ha interactuado con la política. Hoy el llamado es todavía más urgente, y se le exige un involucramiento que implica tanto la participación activa, como consejero o actor en primera persona, o como teórico. En el primer caso es imperativa su autenticidad y testimonio en su hacer y ser; en el segundo caso es importante tener presente al hombre como sujeto y no como un objeto de la política.

Hoy, en un Perú dominado por el ejercicio político vulgar, inferior, patibulario y camorrista, se exige más que nunca la presencia activa de los intelectuales que, directa o indirectamente, influyan positivamente en lo social, político y económico. Es decir, que asuman una tarea ética de servicio intelectual que responda a las aspiraciones y exigencias del pueblo, fácil presa de los partidos políticos corruptos de derechas, vendedores de sebo de culebra o charlatanes telegénicos. Parafraseando a Gramsci, diríamos que los intelectuales deben de estar inmersos en la realidad del pueblo, y deben hacerse intérpretes de sus exigencias. En este contexto, igual que antes, el intelectual debe interactuar con todo lo que tiene que ver con el hombre tanto en su contexto social, como político y económico. Su silencio e inacción son inaceptables, a no ser que sean parte activa de la corrupción y hayan puesto su intelectualidad al servicio del infecto.

Ciertamente, la tarea no es fácil. Sin embargo, la vida del intelectual exige comprometerse. Exige una toma de posición; un asumir actitudes; una lucha llena de desafíos. Y aunque busque un brazo de apoyo secular o de un partido, debe obrar en consonancia con las instancias auténticas de un pueblo que lucha por la propia libertad, la educación, el desarrollo, la decencia en la administración pública y contra la corrupción en todas sus manifestaciones. Aun cuando un intelectual se adhiera a un partido político por el aspecto ideológico que el partido presenta, tiene como tarea ser auténtico, analizar crítica y continuamente la ideología del partido, y orientar su desarrollo en relación a las nuevas situaciones que la historia presenta. Hacer lo contrario, lo anula como intelectual, ya que ser intelectual es por esencia tener lúcida la conciencia y ejercer la crítica en libertad.

El intelectual, como todo ser humano, se enfrenta a un mundo especulativo, interesado, egoísta, tenebroso, corrupto. Este mundo de la praxis, como lo señalaba Sócrates, ciertamente debe ser cambiado y continuar la tarea que otros hicieron a través de la historia. Sin embargo, sus encantos, la situación misma de lo social que Sartre define como una época “carnal y viva”, es ciertamente una realidad que no hace fácil el oficio de ser intelectual. Pero, y a pesar de esta “situación”, el bien y el mal, la verdad o falsedad, la corrupción o la decencia, llaman más que nunca a la puerta del intelectual. Exigen ser dilucidadas a través de una clara dialéctica emancipadora. Es un reabrir las instancias interrogativas a nuevos instrumentos investigativos que enriquezcan el ejercicio mismo de la filosofía. Sólo la toma de conciencia de esta realidad ejercita una función de estímulo, un nuevo llamado a la mayéutica.

Frente al poder o a las clases en el poder; frente a un dogmatismo ideológico; frente a la razón reducida a los simples nexos de producción y consumo, la filosofía en general, y la ciencia en particular, no pueden ni deben permanecer calladas. Sin embargo, toda crítica debe llevar también una alternativa. Una propuesta de un camino alterno. Y es aquí donde de la propuesta se debe pasar a la acción. Es aquí donde el intelectual debe estar disponible, y ser distinto del hombre dogmático y del hombre esclavizado por el poder.

Hoy el país exige un genuino proyecto político que llame irreversiblemente a una profilaxis urgente del sistema gubernamental, a la solidaridad, la equidad y la justicia social. No necesita nuevos profetas, sino intelectuales con un compromiso claro y distinto, que se aparten del aristocrático egocentrismo y se proyecten hacia la disponibilidad y el servicio. Deben ser hombres que garanticen la libertad y una eficacia política. Es decir, deben configurar su acción política y delinear su relación con el poder a través de un empeño y testimonio. Un empeño dirigido fundamentalmente hacia el logro por la justicia social, y un testimonio que confirme con la propia vida ese empeño. De esta manera, se lograría que la relación del intelectual con lo político, bajo el ejercicio de la autenticidad y testimonio, transforme el conformismo, la indiferencia y los males del poder político en una cultura de servicio en pro de la dignidad del hombre y la justicia social. Ha llegado la hora histórica de convocar a los verdaderos intelectuales en una suerte de caterva independista seriamente comprometida con el futuro de nuestro Perú.