viernes, 20 de noviembre de 2009

SER POBRE EN EL PERU


Pese a que el gobierno del señor García se empeña en hacernos creer que la pobreza se bate en retirada lo cierto es que este mal endémico -consustancial al Perú colonial y republicano- aun se mantiene incólume y quizá si hasta con mayor incidencia en las poblaciones urbanas y rurales de las regiones andinas.

Todos los estudiosos de esta problemática señalan que la pobreza es un fenómeno multidimensional. Y por ello su medición está sujeta a diferentes instrumentos los cuales, muchas veces, son poco confiables y hasta contradictorias.

Las cifras optimistas que muestra el gobierno actual están fundadas en una medición monetaria la cual evalúa si un individuo es capaz o no de satisfacer sus necesidades básicas en función de los ingresos mensuales que percibe. Así pues, se considera pobre en la ciudad de Lima si el individuo tiene un ingreso menor a 310 nuevos soles (o sea, el equivalente a 107 dólares). Supuestamente, esta cifra es el gasto mensual per cápita para adquirir una “canasta familiar básica”. Sin embargo, el problema es que esta “canasta familiar” está definida con 52 productos básicos que datan desde 1997 y que a la fecha no han sido actualizados.
Probablemente, si se cambiaran estos parámetros de hace 12 años, el porcentaje de pobres no sería el mismo (36,2% pobres y 12,6% extremadamente pobres) que hoy nos muestran.

Si se vive fuera de la capital limeña, en alguna ciudad costera o serrana de mediana importancia, la cifra es algo menor (255 nuevos soles, esto es, aproximadamente, 88 dólares); ahora, si es que se vive en algún pueblito andino, para ser considerado pobre hay que tener un ingreso mensual menor a 197 soles, es decir, 68 dólares americanos.

Pero como esto no es todo, nuestros técnicos se dan el trabajo de medir también la extrema pobreza (miseria) encontrando que en la capital para ser indigente hay que tener un ingreso mensual de 149 soles o menos (51 dólares). Si se está fuera de Lima la cifra baja algunos soles colocándose en 143 soles (49 dólares) y si se vive en algún asentamiento rural andino, la cantidad disminuye hasta los 128 soles (44 dólares).

¿Que nos indican estas cifras mencionadas? Pues, casi nada. Porque si, por ejemplo, usted tiene un ingreso mensual superior a los 311 soles y vive en la capital, según las estadísticas, ya no es pobre. Asimismo, si percibe 150 soles al mes también dejaría de ser indigente y pasaría a ser solamente pobre. ¿Cree usted que cambiando su insignificante salario por un sol más, o un sol menos, cambia su situación social? Obviamente que no. Pero, así son las mediciones de las macro variables.

La situación en la vida real es mucho más dramática que la fría relación de indicadores estadísticos. Un amplio sector de la población trabajadora solo gana el salario mínimo que se encuentra en los 550 nuevos soles (US$ 189 ) y del cual tiene que alimentar, vestir y educar (ya no se mencione gastos de salud, transporte, recreación, o cultura) a una familia promedio de 4 integrantes. Si la canasta básica familiar se estima en 1,900 soles (655 dólares) saque usted su cuenta que porcentaje de alimentos alcanzaría para cubrir (estamos seguros que ni siquiera alcanza para un almuerzo decente que cubra las calorías, proteínas, vitaminas y minerales que el organismo necesita y que son recomendadas por la OMS). Pero, mucho peor, lo pasan aquellos trabajadores desempleados y subempleados que pululan por las calles, en una búsqueda sin esperanzas de alguna plaza de trabajo, ya no para existir sino, simplemente, para sobrevivir.

Frente a esta situación dramática, al gobierno aprista que conduce el señor Alan García Pérez, no se le ocurre mejor plan que empadronar a las “jefas del hogar” y regalarles 100 soles (US$ 34), creyendo que con esta ridícula suma, se va a paliar en algo la miseria crónica en que viven cientos de miles de familias empobrecidas.

Mientras tanto, las grandes transnacionales siguen llevándose los dólares como ganancias y sobreganancias por toneladas a vista y paciencia de toda la clase política que nos gobierna. No se les pide impuestos a las sobre ganancias sino, simplemente, se pasa el sombrero pidiendoles un óbolo voluntario que no nunca llega. Es que “…si nos ponemos rectos y exigimos que se cumplan las leyes se pueden enfadar y luego dejar de invertir…” es lo que nos dicen. Y así van las cosas con este régimen aprista que alguna vez levantó las banderas del “anti-imperialismo” y el “anti-capitalismo”. ¿En qué momento perderían la brújula?