martes, 22 de abril de 2008

UN VERANO EN SANTIAGO DE CHILE

Yo no sé si a usted le sucede lo mismo pero a mí los primeros meses del año me invitan a alejarme de mi rutina sedentaria para sumergirme en actividades físicas extenuantes que, incluso, me hacen olvidar de lo que es una de mis pasiones favoritas: el Internet.

Este verano del 2008 me ha servido como un espacio temporal para reencontrarme con algunas personas muy entrañables para mí. Y al acercarme a su mundo no puedo evitar mimetizarme en su cotidianeidad. Sus quehaceres sencillos (ligada, fundamentalmente, a la actividad terciaria de la mensajería privada), pero con mucha sociabilidad, no deja de sorprenderme. Más aun, cuando toda esta gente, ha tenido un proceso de corsi e ricorsi en la adaptación y asimilación de nuevas costumbres y valores culturales porque todos ellos, mis familiares y amigos, están asentados en un país que no es el suyo pero que, sin embargo, los ha tratado mejor que el propio: Chile.

Creo haber referido, en alguna oportunidad, que he vivido muchos años en este largo y angosto país situado al sur de mi patria y que siempre me ha sorprendido sus normas y comportamientos, así como las demás formas de expresión cultural de sus habitantes. Desde que estudiaba en mi querida Alma Mater – la Universidad Nacional de Trujillo- soñaba con hacer mi post grado en la celebre FLACSO y, aunque no pudo concretarse el sueño, algunos años después, logré no solo conocer sino radicar por muchos años en esta hermosa ciudad de Santiago de Chile.

Llegué por primera vez a este país cuando se discutía en la Cámara de los Lores (Inglaterra) si procedía o no la inmunidad que invocaban los abogados del ex dictador Augusto Pinochet (arrestado en Londres) y puedo dar fe de que esta ciudad capitalina -y seguramente en todo el país- se paralizó, casi por completo, para saber cual era la conclusión a la que llegaban los magistrados ingleses. Los resultados son por todos conocidos y no puedo olvidar como aquella tarde de primavera del siglo pasado (25/11/98), miles de ciudadanos libres salieron a las calles a festejar, pero también, otros tantos que no podian ocultar su tristeza, la amargura y el dolor que los embargaba. Jamás imaginé que el Chile que dejaba Pinochet se polarizara de tal forma y mucho menos de que su estrella se empezara a apagar estando todavía con vida. Recuérdese que tras su arribo a Chile no solo fue desaforado (perdiendo su inmunidad parlamentaria) sino que empezó la retahíla de querellas criminales en su contra (superando la centena) y el posterior enjuiciamiento por el célebre juez Juan Guzmán por el primer caso emblematico: “Caravana de la Muerte”. No fue sentenciado porque la muerte se interpuso en este proceso, pero la historia le tiene reservado un lugar privilegiado no, precisamente, para recordarlo con gratitud sino todo lo contrario. Como reza el dicho popular: “En la política, como en la vida, el que la hace la paga”.

Mi adaptación en el gran Santiago no fue fácil. Tampoco muy difícil. Sin embargo, en el camino me sucedieron hechos anecdóticos que más de una vez me hicieron sonrojar y otras reír, a mandíbula batiente, por lo jocoso de las situaciones. De estas ultimas recuerdo que al estar conversando con un compañero de labores, al ver que no le seguía en la conversación, me pregunta:

-¿Cachai?

-Si, pero debe ser caro, ¿no? -le respondí

Al ver la incertidumbre reflejado en su rostro le pregunto el porqué de ese cambio repentino en su gesto y me responde que solo me preguntaba si lo estaba entendiendo. En ese momento me largué una sonora carcajada porque yo lo estaba interpretando en otro sentido. En el Perú esta expresión (“cachar”) se usa vulgarmente para referirse al coito extraconyugal, en cambio, en Chile, “¿cachai?” es una expresión muy generalizada que significa “¿me entiendes?”, “¿entendiste?”. Y así por el estilo.

Lo que más me gusta de Santiago son sus ordenadas y muy limpias comunas del sector oriente. Es un deleite para la vista pasear por la rivera del río Mapocho y contemplar los inmensos parques y plazuelas de Providencia y Vitacura. Por supuesto que contemplar el Mapocho también es una fiesta y, pese a que no tiene la belleza del Siena en Paris, tiene mucho mayor encanto que el Rímac limeño. Llama poderosamente la atención el equilibrio que hay entre una modernización urbanística (que sigue, fundamentalmente, los patrones europeos) con el entorno natural de la urbe. Esto es posible por la marcada obsesión de sus autoridades por preservar el patrimonio ecológico sin perder de vista la belleza paisajística de la gran ciudad. Además, la capital, continuamente sufre de los efectos nocivos de la contaminación ambiental (mala calidad del aire) que cuando está en sus niveles críticos se acentúa la restricción vehicular con el consiguiente perjuicio de sus ciudadanos que cuentan con vehículo propio. Y por ello, el afán casi religioso, de cuidar los árboles que son los pulmones de la capital. Quizá por lo mismo -a diferencia de los limeños- los santiaguinos aman las lluvias porque limpian el ambiente de tal suerte que cuando está todo despejado, logra verse los grandes cerros de la Cordillera de los Andes. Y esto sí, es todo un espectáculo.

También es placentero caminar por su centro histórico. Darse su vuelta por la Plaza de Armas y sentarse en alguna de sus bancas es relajante por la frescura que emanan sus añosos árboles. Cuando se está con algo de tiempo, algún domingo por la tarde, se puede ver y oír las animadas retretas vespertinas de fin de semana y, entonces, el cuerpo pide seguir anclado a la banca no importa si la noche nos cae encima. Pero, también, no menos encantador, es darse su vuelta por Paseo Ahumada a eso de entre las cuatro de la tarde y nueve de la noche. Su recorrido de menos de un kilómetro está marcado por un sinnúmero de espectáculos callejeros. Puede oírse música folk-latinoamericana con charangos, zampoñas y quenas, hasta música orquestada de violines, trombones y saxofones. Si se está con suerte es posible encontrar hasta espectáculos de baile moderno (salsa, reggaetón), clásico y/o folclórico. O, tal vez, escuchar las canciones de Silvio Rodríguez si por acaso se le encuentra al chico que con guitarra y jeans desteñido, apoltronado en el suelo, invita a su audiencia a sentarse junto a él y canta las canciones que le piden. Yo particularmente me emocioné mucho con “Sueño de una Noche de Verano” que dice: "Yo soñé con aviones/que nublaban el día/justo cuando la gente/mas cantaba y reía//Yo soñé con aviones/que entre si se mataban/destruyendo la gracia/de la clara mañana//Si pienso que fui hecho/para soñar el sol/y para decir cosas/que despierten amor/¿Cómo es posible entonces/que duerma entre salto/de angustia y horror?//En mi sabana blanca /vertieron hollín/han echado basura/ en mi bello jardín / si capturo al culpable/ de tanto desastre / lo va a lamentar//Yo soñé un agujero/bajo tierra y con gente/que se estremecía/al compás de la muerte//Yo soñé un agujero/bajo tierra y oscuro/y espero que mi sueño/no sea mi futuro//Anoche tuve un sueño/y anoche era verano/Oh verano terrible/para un sueño malvado//Anoche tuve un sueño/que nadie se merecía/¿Cuánto de pesadilla/quedara todavía?".

Otro de los atractivos que tiene la ciudad es su tren eléctrico (Metro de Santiago)que une las principales comunas con el centro en un dos por tres y, no obstante, estar atravesando por el momento con serios problemas de congestionamiento en las horas punta (por el novísimo sistema de transporte urbano implantado no hace mucho –Transantiago-), nadie duda de la eficacia y la importancia de este medio de movilidad pública. Lo he recorrido en casi todas sus redes subterráneas y es una delicia ir viendo los atractivos paraderos, mucho de los cuales cuenta con conectividad wi fi de acceso público para todo aquel que tenga su notebook (computador portátil) y quiera navegar gratuitamente por la red de redes.

Pero, el mayor atractivo –de acuerdo a mi parecer- es la famosa gran avenida de la Alameda que constituye la “columna vertebral” de la gran urbe. Esta inmensa arteria citadina, prácticamente, es la puerta de entrada a la capital para los viajeros que arriban al aeropuerto de Pudahuel. En ella se concentran algunos de los más reconocidos monumentos arquitectónicos de Chile como el Palacio de la Moneda (sede del Ejecutivo), la Plaza de la Ciudadanía, el Museo de Arte Pre Colombino o el aristocrático Palacio Cousiño. Recorriéndola, por cualesquier tramo del bandejon, y bajo la sombra de los centenarios álamos que le dan precisamente el nombre, es imposible no evocar las dramáticas palabras de despedida del Presidente Salvador Allende, antes de ser muerto en el fatídico golpe de estado de Setiembre del 73: “Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y en su destino. Otros hombres superaran este momento gris y amargo donde pretende imponerse la traición. Sigan ustedes sabiendo que, mucho mas temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.