La exhumación de unos 400 cadáveres encontrados en la localidad de Putis (Ayacucho) -en las que se encuentran osamentas de hombres, mujeres y niños- ejecutados por militares en 1984 nos demuestra que el horror, un cuarto de siglo después, aún nos sobrecoge y nos agarra por el lado que más nos duele: el alma.
Sí, nos duele en el alma que los militares a quienes entregamos las armas para que nos defiendan frente al enemigo sean nuestros verdugos. Nos duele en el alma constatar que todavía existan seres humanos degradados a la condición infrahumana de bestias. Nos duele comprobar que estas bestias humanas sean parte de la institucionalidad del Estado. Y nos duele aún, mucho más, que la alta jerarquía de este poder institucional justifique estas matanzas diciéndonos que hay que entender el contexto de aquel entonces.
Lo que sucedió en Putis no tiene perdón de Dios. Los asesinos de Putis no solo descargaron las cacerinas de sus fusiles automáticos en los indefensos cuerpos de los comuneros sino que, además, como preámbulo de su tarea macabra se habían entregado a la repulsiva acción de violar a las campesinas más jóvenes del grupo. Todo ello sucedía mientras los demás comuneros –hombres, mujeres y niños- cavaban sus fosas en las que luego serían enterrados creyendo ingenuamente que eran para piscigranjas o para sus casas como así se lo habían hecho creer el teniente “lalo”, el capitán “cuervo”, el comandante “oscar” y algún oficial con el seudónimo de “bareta” o “barreta”.
Y así como en el caso chileno de la siniestra “Caravana de la Muerte”, en que los verdugos empezaron a cortar los dedos de las manos para extraer las joyas de los ejecutados, en Putis, los chacales con uniforme se dieron a la tarea de reunir todo el dinero, el ganado y los demás bienes de los masacrados para venderlos y formar su “pequeña” fortuna con la que (sumado con lo que les pagábamos –y aun les seguimos pagando- todos los peruanos) se dieron por satisfechos y con mas bríos para seguir su “patriótica” tarea de causar muertes. Y sumar muertos.
¿Qué nos queda por hacer ahora? ¿Nos quedaremos impasibles viendo como el poder público y judicial dejarán sin investigar y sin castigar a estas hienas? ¿Seguiremos siendo testigos del silencio mediático de toda una prensa servil que se escandalizó por el crimen contra un perro “snauzzer” (que inclusive mereció grandes titulares en primera página), pero que frente a las fosas comunes de Putis hace un silencio sepulcral, Dios sabe porqué?
Y, a todo esto: ¿Dónde estan las expresiones de condolencias para los deudos de Putis de nuestro mandatario? ¿Dónde están las exigencias del Ejecutivo para que se castigue estos crímenes de lesa humanidad? Se siente por doquier un clamoroso silencio y ni siquiera la iglesia ha levantado su voz para exigir justicia para los comuneros quechuahablantes y castigo para los criminales. ¿Porqué será?
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